31.3.09

Nublado

Ayer me acordé de aquel día. De estar sentada a las siete de la mañana en una computadora, en una redacción lejana, haciendo una tarea de la universidad. A veces lo hacía: me levantaba a horas imposibles para ir al periódico, dejar mis artículos a la mitad y hacer tarea antes de irme a la universidad. Era parte del proceso que había elegido. Ese día, recuerdo, tenía un curso de crónica en la misma redacción. Quizá no eran aún las siete. En el messenger, con mi todavía novio de años, discutiendo. Dos días antes habíamos intentado terminar, sin éxito. Yo había intentado terminar. Ahora, por mensajes, él me decía que lo dejáramos. Contesté que me parecía perfecto. Y remató fácilmente: "tú nunca has sabido escribir".

A pesar de los años, lo recuerdo con un resabio de angustia, de sorpresa. No esperaba el último golpe. Nunca habíamos gozado de hacernos daño. Pero el golpe cayó de prisa, directo al estómago. Cerré la ventana. Sabía que era la rabia natural, pero aún así lo bloqueé de mi cuenta - según yo, incluso de mi vida. Seguí tecleando. Y las palabras en la pantalla de pronto resonaban en mi cabeza. Nunca, nunca había sabido escribir.

Tampoco me sorprendía. Que supiera, sólo a mis maestras de la secundaria les gustaban mis textos. En la preparatoria estuve años en un taller literario en donde, semana tras semana, una de las actividades continuas era tomar los textos de la chiquita (o sea yo) y hacerles dosmilquince enmiendas. Yo, la que tenía tanto que aprender. La que después de ver sus textos completamente corregidos, opinados, destazados, sentía que en realidad ya no eran suyos. Pero los otros tenían premios, cuentos publicados, eso. Seguro sabían más que yo.

El punto es que yo no sabía escribir. Comencé a ganar premios cuando dejé de escuchar a mis críticos. Comencé a dejar de mostrar mis escritos cuando los críticos en los que confiaba se volvían demasiado duros o, simplemente, no leían. Finalmente, ya vivía de escribir. De contar historias. Aunque fueran historias de verdad, no en la ficción.

Aún hoy, vivo con una libretita a cuestas. Anoto ideas, imágenes, personas. Conservo pacientemente frases que escucho por aquí y por ahí. Hace años, casi seis, abrí este blog y parecía que servía de algo. Que alguien me leía. A las dos semanas otro de mis críticos me dijo que era "confesional y vergonzante". Le respondí que para eso era autoeditado: para poner en él lo que me diera la real gana.

Lo cierto es que el blog me sirve porque es conciso, rápido, inmediato. Cuando estoy escribiendo cualquier otra cosa y paso de la página 50, dudo. Dudo tanto que lo dejo encallado por ahí. Me da miedo mostrárselo a alguien. Que me diga que nunca he sabido escribir, que hay que cambiar el 80 por ciento, que no sirve de nada. Cuando es ficción - cuando no deberían de haber reglas tan exactas para lo que puede gustar o no.

Después de dos meses de concentración casi total, y si mi computadora no se malcría demasiado, veré en un ratito 150 páginas impresas, paginadas, con gráficas, con conclusiones. No es ficción: es una tesina sobre educación cívica en México. Tengo muchísimas dudas. Lo saben mis amigos que me han visto sufrir un día sí, y otro no. Lo sé yo misma que aún hoy me pregunto si mi director de tesis no terminará de leer y me verá con cara de interrogación para ver si le explico qué carambas es lo que he estado haciendo.

Sé muchas cosas de mí. Sé que dudaré hasta el último minuto: que me parece siempre que nada está bien, que debería preguntar a alguien pero temo que me diga que es horrible. Sé también que me puedo levantar a las siete de la mañana y escribir cuatro horas sin parar. Que puedo ponerme una fecha límite. Que he extrañado como una loca la posibilidad de abrir una página del procesador de texto y comenzar a desgranar el montón de cosas que se han acumulado en mi libretita estos meses que me he dedicado a ser "académica".

La tesina, esta primera versión, se entrega hoy. Quiero me que hagan correcciones, que me ayuden a pulirla, a hacerla mejor. A terminar. Porque ahora lo que más deseo es volver a escribir: pero a escribir las historias de aquellos personajes que se me cruzan en la calle, en mis sueños, en el espejo que hago veces del mundo. Sea, pues. Gracias a los que pacientemente me han escuchado quejarme tantas, tantas veces. Gracias a quien me dijo un día que yo nunca había sabido escribir - quizá sólo por ganas de darle la contra es por lo que sigo haciéndolo. Gracias a quien confía en lo que escribo. Gracias a quien baja las ventanas del auto y conduce con las gafas oscuras puestas cuando hace 14 grados pero las nubes se despejan para mostrar claridad de primavera. Es eso, la esperanza del sol, lo que me mantiene caminando.

29.3.09

Cosas especiales

Hay algo que extraño de trabajar con niños: su sentido del descubrimiento y una cierta capacidad para no encontrar las diferencias si no quieren. El cuento de lo políticamente correcto nos ha hecho olvidarnos cómo se llama al pan, pan y al vino, vino sin mayores dramas. Y a mí, que me gustan los comerciales, este de abajo tiene días poniéndome de buenas. De nuevo - soy incapaz de recordar la marca o el coche después de un rato: pero me encanta la sorpresa del papá y la del niño.

Historia de unos okupas

Yo tengo una enfermedad muy mala que se llama el síndrome de la hospitalidad. Me da por recibir gente en mi casita e intentar que se sientan como en la propia, aún contra mis necesidades o mi comodidad. Desde que vine a vivir a Barcelona y después de que recibí a alguien que ni siquiera me caía bien, decidí que recibiría a mis familiares y amigos cercanos pero nada más: nada de que al amigo del amigo del amigo.

Hace unos días rompí esa promesa que tenía conmigo misma a petición de una gran amiga mía. No supe cómo decirle que no me hacía gracia recibir a un amigo suyo, mucho menos porque venía acompañado de otro amigo. Estuve intercambiando emails con el susodicho y finalmente me dijo que llegaba la semana pasada... sí, a menos de siete días que yo tuviera que entregar mi tesis.

El "viacrucis" empezó cuando tuve que ir a buscarlos al autobús del aeropuerto. Podía ser cualquier cosa: yo sólo buscaba dos mochileros con cara de canadienses (lo que sea que eso significara). Les había dicho que yo tenía el pelo azul (forma fácil de reconocerme). Finalmente, se bajaron del bus dos chicos con sendas mochilas identificadas con sendas banderas de Canadá que se dirigieron hacia mí.

Los acompañé a casa. Traté de explicarles cómo iba la ciudad, la organización, tal. Me imaginé que llegaríamos a casa y saldrían corriendo a ver cosas. Pero no... oh, no. Qué equivocada que estaba.

Yo necesitaba tranquilidad para trabajar en la tesina. Silencio. Y ellos hablaban a gritos. Eran monos y simpáticos, pero hablaban a gritos. Lo que más les preocupaba era tener una conexión de Internet. Y duraron literalmente horas hablando por teléfono. Y salían a pasear y regresaban con cara de susto.

Al otro día se quedaron en casa hasta las dos de la tarde, lavando ropa. Mientras yo, por supuesto, dale que te pego a la tesina en mi habitación, encerrada, con mi cara de "no me hagan ruido por favor". Pero mi cara no servía de nada. Me obligué a no hacerles de comer ni nada - tengo que aprender a limitar la hospitalidad porque si no todo se va al horror. En la noche, presa de un ataque de agotamiento, intenté zafarme de la cena que había acordado con ellos pero no pude. Acabamos en un sitio de tapas donde no podían creer que el pulpo se comiera. Lo que más les gustó fueron las croquetas.

No eran malos chicos, no. Pero había algo en ellos que me incomodaba. Quizá su presencia perenne en casa. Quizá que uno de ellos me dijo "quería salir de viaje para salir de mi burbuja" antes de tomarse una cocacola de dos litros y hablarme de Egipto como si fuera una película de acción. No lo sé. El hecho es que ayer, yo con mi resfriado permanente y mi cansancio mental, lo que quería era que se fueran. Pronto.

Me dijeron que tenían que tomar un tren temprano esta mañana. Yo los desperté y los escuché trajinar durante más de una hora. Después, a grito pelado, me dijeron que ya se iban. Y me puse algo encima de la pijama para acompañarlos a la puerta y dejarlos salir.

Hace algo así como treinta minutos los dejé en la calle y, casi literalmente, les dí la bendición. Sin embargo, evité todas las frases hechas como "esta es su casa, vuelvan cuando quieran". Me estoy volviendo viejita, intolerante o yo no sé qué. Pero necesito mi espacio. Y no me gusta que me lo okupen.

Incongruencias

Justo ahora trabajo enfudada en unos jeans sucios, mi pijama y una sudadera gris rata. Y calcetines verdes. Mi cabello, que hace poco más de un mes decidí convertir en negro con mechones azules se rebela otra vez y me está comenzando a mostrar distintas variedades del verde frente al espejo. Tengo unas ojeras espantosas, y eso que ayer dormí todo el día. Abro mi clóset y la verdad es que no hay nada "rompedor". Con excepción del jueves que hice reír al policía de la oficina de Extranjeros porque tenía el cabello azul, el abrigo azul, y la bolsa azul ("¿tú quién eres? ¿la chica de azul?", me dijo) no suelo llamar mucho la atención por como me visto.

Que soy sosa, pues. Que a mi lo de la moda nada más parece no acercárseme.

Lo más absurdo de todo esto es que me encanta. Mis amigos saben que me pasaría cualquier cantidad de horas en un museo viendo displays que tengan que ver con tendencias. Es más: en un momento de locura hasta tomé un postgrado que se llamaba coolhunting e investigación cualitativa de tendencias. Fue una lástima que la mujer que nos daba la parte de moda fuera, literalmente, vendedora de publicidad de una revista X y afirmara que la primera modelo que había cambiado la historia de la moda era Kate Moss. Una lastima.

El punto es que siempre estoy buscando qué ver. Me gusta cómo se viste la gente. Nada me divierte más que sentarme en un banco y observar la pasarela natural de la desfachatez local. Ayer, surfeando, me encontré un blog de un chico que toma fotos de las tendencias y de toda esa gente cool que yo nunca seré. Es un retrato en ácido de la nueva moda urbana de la ciudad de México. Y es para no perdérselo. Yo les presento Diario de Fiestas. Algo para compartir y pasar el dominguito.

26.3.09

El placer de tener la razón

El otro día como a las nueve de la mañana estaba yo con Arnau y Malena (unos de mis sobrinos locales) viendo un pedazo de Chicken Little en lo que su mamá se acababa de bañar. La verdad es que me quedé un poco picada porque me llamó la atención la figura del pollito sabelotodo y fantasioso que parece que dice mentiras, pero no, no dice... lo que pasa es que su papá no le cree.

Me encantó porque me hizo acordarme de mi misma tratando de convencer a mi mamá de que algo de lo que decía era verdad: no sé, que el arrojado de mi hermano me había puesto de golpes primero o que había fantasmas en mi casa. Había cosas que al pasar el tiempo se probaban ciertas ("no, mami, de verdad que yo no perdí la grabadora... sólo no sé dónde la puse") y otras, como las de los fantasmas, pues.

Hoy abro el New York Times, y El País, y El Universal y me encuentro con la siguiente cita, de boca - nada más y nada menos - que de Hillary Clinton:

"Our insatiable demand for illegal drugs fuels the drug trade. Our inability to prevent weapons from being illegally smuggled across the border to arm these criminals causes the deaths of police officers, soldiers and civilians." / "Nuestra insaciable demanda de drogas ilegales alienta el tráfico de drogas. Nuestra incapacidad para prevenir el contrabando de armas a través de las fronteras que arma a esos criminales causa las muertes de policías, soldados y civiles".


¿Se acuerdan cuántas veces habíamos dicho esto en México? Es más, por no ponerlo en boca mexicana, ¿se acuerdan de Traffic? ¡En serio que estábamos diciendo la verdad! Y me parece increíble llegar al momento de la historia donde se reconoce esto.

Hacia el final de Chicken Little hay la típica escena (también como de Nemo) donde el papá cede y le dice que sí, que todo está perfecto, que confía en él y verá cómo le hace la vida más fácil. Y había algo hoy en la foto de la Hillary ahí, sentada en Los Pinos, riéndose a carcajadas con el Calderón que me hizo pensar en que parecía una gallina gorda y simpática, aceptando frente a alguien más pequeño que se había equivocado. Pero, ¡ojo!, no nos equivoquemos ahora cortesía de mi analogía. Que México no es hijo de Estados Unidos y bueno, pues qué buena onda que ahora nos quieran ayudar y todo... pero seguimos siendo muy nuestros. Las cesiones de territorio fueron SantaAnnistas. Y ahí se quedaran. Nada más que es un éxito cuando le reconocen a uno que tenía la razón.

24.3.09

Nonsense

Están dos chicas fresas (mexicano - intercambiar por "pijas" en vocabulario local) tomando el sol en un balneario súper exclusivo en una zona de manglares. Una de ellas levanta su cabecita y se da cuenta que, a lo lejos, se acerca un caimán.
- "¡Mira!, ¿qué es eso que viene?".
La otra deja su revista de moda, se incorpora, se sube sus carísimos lentes de sol y comienza a aplaudir, emocionada.
- "Ay... qué lindo... ¡es un Lacoste!".

La única razón del chiste estúpido que me ha hecho reir tanto en los últimos días es que estoy de muy buenas porque tengo 103 páginas de la tesina listas según el último recuento. ¿Qué dirá el director de tesis? ¿Volveré algún día a tomar el sol? ¿Me harán reescribirlo todo? No se pierda nuestro próximo episodio. Pero por lo pronto, siento que me merezco mi cena y el rato de televisión que pienso ver al rato.

Carpe Diem

No tengo trabajo fijo. Tengo labor de estudiante y creativa a tiempo completo. Suena buenísimo, pero en tiempos de crisis, genera un punto de angustia a veces. Qué que va a pasar cuando los ahorros de verdad menguen, cuando no me salgan más chambitas, cuando me llegue el agua al cuello. Y a pesar de eso, hoy que cerré dos capítulos, tengo la sensación de que me merezco un premio.

Y ya sé qué pasa: voy a una librería, a ver discos o zapatos y caigo. Y luego me pasó tres horas angustiada por todo lo que me compré. Pero eso se me pasa. Y no hacer las cosas no se pasa. El no aprovechar a la gente, la posibilidad de hacer una fiesta, de pasarla bien - en favor de hacer las cosas que "debería uno de hacer" - eso es lo que no se perdona.

No lo digo yo: aquí está un artículo que asegura que la gente se arrepiente más cuando es demasiado precavida, demasiado responsable, demasiado ahorradora. Que el síndrome de la compra compulsiva se pasa, pero no el de la total y extravagante frugalidad o responsabilidad.

Ahora comprendo qué es exactamente lo que siento cuando veo las fotos de mis compañeros de universidad que se iban de fiesta mientras yo trabajaba. Esto es así. Lo bueno es que soy estudiante otra vez - así que a no dejar pasar ni una oportunidad.

México Mágico

Hace algunos días me encontré por la noche que Marco, el coloc que cumplió años ayer, estaba viendo en la televisión un programa de esos de viajes sobre México. Era súper bonito. Unas tomas lindísimas de varios estados del país, de la gastronomía, las flores, las playas, la gente... Todas esas tomas que uno usualmente no ve en la televisión.

Desde hace años, desde que vivo fuera, estoy tristemente acostumbrada a que el reflejo que se hace de México en las noticias es la de una especie de república bananera (con todas las malas connotaciones posibles de este término) en la que cuando no hay crisis por emergencias naturales, hay señores que movilizan a la gente llamándose a si mismos "Presidentes Legítimos" o hay un montón de muertos en todos lados - desde muchachas en Juárez hasta narcos en todo el territorio nacional.

La gente dice que va a México y va a Cancún. Pero Cancún este mes acaba de anunciar que ellos no quieren que en los anuncios de "su" destino turístico aparezca el nombre de México - la imagen del país está demasiado dañada frente al turismo con tantos enfrentamientos entre los narcos.

El mes pasado fueron la canciller Patricia Espinoza y el Secretario de Turismo, Roberto Elizondo, los que dijeron que son las acciones del narco y la cobertura que los medios de comunicación están dando de esto lo que está dando al traste con la promoción al turismo nacional - "campaña negra", la llamó Elizondo. Hoy es el historiador Enrique Krauze el que publica en el New York Times un artículo que desbarata la teoría de que somos un país en descomposición.

Yo no digo que no sea grave lo que está pasando en México. Hay una guerra de poder entre entidades sumamente violentas que, obviamente, está pasando por un montón de muertes. Para mí no es una razón válida para ir o no ir. Lo cierto es que me gustaría ver más en la tele explicaciones sobre la talavera o las tradiciones como el Viernes de Dolores, que sobre los narcos que aparecen todos los días muertos. Ya, que tiene interés noticioso - pues no sé. Quizá interés morboso. No de cercanía.

Que yo no tengo miedo de ir a mi tierra, pues. Que mis papás tampoco tienen miedo de vivir ahí. Y que me da mucha tristeza que algunos de mis amigos de acá piensen que sí tengo miedo, sin preguntarme, por lo que ven en la tele.

22.3.09

De temores...

- Oye... te ví el otro día en unos fotos y esas mechas tuyas ya parecen canas. Deberías pintártelas.
- Ah, no... es que ahora he decidido que quiero andar por la vida disfrazada de Cruela de Vil.

Temporada de bodas

Arranca la primavera y, con ella, las bodas. Hace sol, se pueden hacer fiestas fuera, las flores, yo qué sé. A la gente le da por casarse en primavera. De hecho, una de las primeras bodas que recuerdo con emoción - la de la hermana más pequeña de mi madre - fue el 21 de marzo: justo en el día de inicio de la estación. Llevé mi primer vestido con escote "palabra de honor", ja, aunque no tenía con qué sujetarlo. Tuvimos que agregarle unos tirantitos.

De eso hace como, por lo menos, unos 15 años. Ayer también fui a una boda. Y me puse unos jeans, tenis, camiseta y un chaleco polar. Fue en una casa de campo donde se hacen estancias para escuelas. El menú era una paella que tenía como dos metros de diámetro, cava, patatas y refrescos.

La organización de la boda estuvo a cargo de mis primeros amigos catalanes. Se casó la mujer que a menos de una semana de llegada a esta ciudad me confió mi primer trabajo y después me recomendó para el que me ayudaría a quedarme. En los últimos casi cinco años, han estado presentes ella y su pareja todo el tiempo, en cada cosa rara que ha pasado. Yo, por mi parte, los he visto cambiar de trabajo, de casa, embarazarse, tener un bebé y luego decidir que se querían casar. La ceremonia fue hace algunas semanas, sólo con la familia, pero querían reunir a los amigos aparte. Decidieron entonces organizar una especie de comida familiar en esta casa, donde hay mesas larguísimas de madera, una vaca, dos caballos, ocas y gallos y gallinas.

Creo que desde que llegué acá yo nunca había visto juntos a tantos niños con excepción de a la salida de las escuelas. Entre ocho y recién nacidos había tranquilamente unos 30 chicos y chicas que corrían, jugaban futbol, comían macarrones con queso, se peleaban, se tomaban fotos con las vacas, le aventaban pedazos de galleta a las ocas y se dejaban caer en el campo y en la arena para jugar. Yo ejercí de tía de Roger (el de los novios), y de Mar y Marina, que han nacido también de otras parejas amigas durante mi tiempo de estancia aquí.

Después del aperitivo bajo unos cerezos en flor, entramos a los comedores para niños y, sentados en los bancos, comimos la paella y ensalada y brindamos con vasos de plástico con los novios. Arreglamos el mundo, dimos por terminada la crisis, me contaron todos los dramas que es conseguir una escuela correcta, les hablé de mi vida de "soltera", me intentaron hacer confesar la existencia del novio que imaginan, me preguntaron si los niños tendrían algún día un primito aunque fuera parcialmente mexicano... todas esas cosas que hacen los amigos que te quieren.

Los novios iban de aquí para allá encontrándose también con gente que hacía años que no veían. No había la rigidez de los vestidos ni la impostura de las bodas. No había rituales qué cumplir. Las flores las había traido la primavera y el cava un amigo de los novios. La música era un disco que se repetía en el fondo, pero al que nadie hacíamos el mayor caso.

La invitación al "matri" enviada por el novio por email semanas antes empezaba con: "Nos casamos. Si a alguien le parece precipitado quiero recordarles que tenemos ocho años juntos y un niño de dos". En la misma invitación, pronosticaba que nos iríamos cuando empezara a hacer frío. Que fue lo que sucedió. Cuando los niños empezaron a cabecear y todos estábamos ya con los abrigos puestos, empezó la desbandada. Yo, privilegiada que me había ido con los novios, pude volverme también con ellos y con Roger y hacer el recuento de los incidentes divertidos mientras esperábamos en un embotellamiento cortesía de las obras en la carretera a Vic.

Con todo y que fue una fiesta de boda perfecta, lo que más me gustó fue el deseo que les hicimos: no era un augurio aventurado, ese "que sean muy felices". Era mejor, más aterrizado: "que sigan muy felices". Tan cotidiano como un buen plato de paella y un vaso de cava.

Levedad

Anoche rompí mi norma de los sábados caseros. Después de levantarme a las seis de la mañana para dedicarme a una serie de ocupaciones sociales, para las ocho y media de la noche que regresé a Barcelona estaba exhausta. Pero tenía esperándome en la taquilla del Liceu un solitario boleto para ir a ver al Nederlands Dans Theater.

Supongo que como una gran cantidad de niñas, yo tomé clases de danza cuando era chiquita. De hecho, cuando era MUY chiquita. Nací con un problema en mis piernas (mis pies se miraban permanentemente entre sí) y además del típico aparato estilo Forrest Gump, a mis papás les recomendaron que me llevaron a tomar clases de ballet clásico. La típica primera posición podría ayudar a mis piernas, aún maleables y suavecitas, a recuperar la forma "normal".

Comencé a bailar cuando tenía dos años. Y entre los primeros recuerdos claros que tengo de mi vida era la sensación de libertad que me daba esa ropa pegada al cuerpo, lo mucho que odiaba que me peinaran tan pegado a la cabeza y lo bien que se sentía dar de saltos contra la duela del salón. Me encanta. A pesar de que lo dejé pocos años después - a los 6, quizá - todavía hoy me atraen de manera enfermiza las zapatillas, los grandes salones con espejos y, por supuesto, los espectáculos de danza.

Debo confesar, sin embargo, una cosa: ir a ver danza me sume en un ridículo estado de envidia. Encuentro mi cuerpo un poco más torpe - repito, torpe, no viejo - y envidio la capacidad de los bailarines de realizar formas que no puedo ni imaginarme. Me encanto con los trazos de los coreógrafos, que logran que el cuerpo se transforme en otros cuerpos.

Hace meses, en los viajes a Holanda, conocí al NDT. En La Haya, tienen un teatro y una escuela diseñados y hechos especialmente para la danza contemporánea. Y se dedican todo el año al montaje e investigación de nuevos espectáculos. Después de aquel show, me prometí a mi misma que no dejaría de verlos: que necesitaba volverme a sentir así de impresionada (piel de gallina y todo) por las capacidades de movimiento del cuerpo.

La semana pasada ví que venían a Barcelona. Al teatro del Liceu. Temí (y con razón) por los precios. Y aunque me encanta invitar a amigos a ver estas cosas, esta vez temí. En Holanda lo ví con alguien que, como yo, se fascina con estas cosas. Y me cuesta argumentar in situ porque me gusta: sólo pretendo disfrutarlo.

Finalmente, me puse a buscar boletos. Y encontré, en medio del alud de boletos carísimos, UNO para la función del sábado en la noche que costaba quince euros. Estaba en el cuarto piso - casi lo que llamaríamos el gallinero. Pensé que podría ser históricamente malo. También que, por quince euros, valía la pena probar. Tenía el sábado lleno pero, para la noche, ya tendría que estar de regreso.

Corrí como una loca para llegar a recoger el boleto. Pero al verlo en mis manos me dí cuenta que estaba 45 minutos adelantada. En plena Rambla, rodeada de señoras con abrigos de pieles. Sin nadie con quien comentar mi expectación. Un poco desconcertada por mi orfandad, por mi propio mutismo. Subí la escaleras hasta el cuarto piso, la loja 414, sillón 34. Todos esos cuatros (el cuatro me gusta) me debieron haber dicho que el sitio era bueno.

Efectivamente, estaba muy arriba. Tenía una vista casi cenital del escenario. Me leí los programas, los anuncios del Liceu, jugue con el teléfono, mandé mensajes. Cuando faltaban 15 minutos, comenzaron a llenarse los lugares a mi alrededor. Un montón de señoras entre 60 y 70 años que parecían conocerse. Hablaban como si se vieran cada cierto tiempo. No pude evitarlo y pregunté: resulta que eran dueñas de los abonos - que tienen los sitios asignados. Yo conseguí el boleto porque alguien que tienen el abono no quiso o no pudo venir y lo puso a la venta en taquilla. Estaban expectantes, pero no tenían muy buenas expectativas. Yo le dije a mi vecina que a mí me encantaban. "Me tranquilizas", me dijo. "La verdad es que no sabía qué esperar, porque a veces con lo de danza traen unas cosas muy raras. Espero que la música sea buena. A mí no me gusta esa música moderna monótona y con ruiditos: es lo que más odio".

Me quedé muda. La primera pieza, Silent Screen, coreografiada por Lightfoot y Leon (los que yo ya había visto en La Haya), tenía música de Phillip Glass. En el momento, temí que se fueran a alzar indignadas en cualquier punto de los 45 minutos de la pieza. Cayeron las luces. Me encantó ver como mis ojos, acostumbrados a las elegantes y recargadas lámparas del Liceu, las siguieron viendo unos segundos después de que les habían apagado la luz. Pero se distrajeron de inmediato con una lámpara en el fondo del escenario: la que proyectaba sobre una pantalla enorme una escena de playa.

No hay una historia que contar. Hay en mi memoria una sucesión de imágenes con cuerpos de hombres y mujeres delgados como fuertísimos, que se apoyan en la música de Glass para dar una sensación de modificación, de cambio, de cercanía o de distancia. Me acuerdo de las pantallas. Me acuerdo sobre todo del reflejo de los cuerpos: los veía desde tan arriba, que tuve la sensación de que el escenario era un gran espejo que me permitía duplicar a los bailarines e imaginármelos también de cabeza, recorriendo el foso.

En algún momento, una bailarina salió del foso con un vestido enorme, que lo cubría todo. El espectáculo era blanco y negro, con toques de rojo. Mis ojos eran pequeños, mi capacidad de visión lamentaba no ver sus caras, no cubrir también la cuidadosa coreografía de sus cejas y las comisuras de sus labios. Pero recordaré siempre ese vestido enorme cubriendo el escenario y después desapareciendo por obra del aire y una cierta levedad.

Es eso. La levedad. Es lo que me encanta. La capacidad de los bailarines del NDT de hacer sentir a quien los ve que sus cuerpos no es que sean muñequitos como los de la danza clásica, sino hojas de papel, plumas y alquiltrán - como la otra pieza, Tar and Feathers, de Jirí Kylián - que estaba también en el programa. De esta me quedo con las evoluciones en donde las bailarinas son tan fuertes como sus compañeros y los sostienen para hacer extrañas figuras bicolores de cuatro extremidades, una especie de arañas mutiladas, que recorren el escenario. Con eso, y con el sonido de ese plástico de burbujas que se usa para embalar, pegado al escenario, sobre el cual bailaban, logrando al mismo tiempo impactar y generar ansiedad en los espectadores que, pegados en nuestras butacas, queríamos también romper algunas de esas burbujas.

Mi función estuvo salpicada de bufidos y comentarios de desagrado de mis compañeras de sección. "Claro, son muy buenos técnicamente, pero esa música es terrible. Lo que quieren es desesperar". Yo sonreí amablemente y me quedé sentada. No quería encontrármelas en las escaleras. Me quedé hasta ver el teatro medio vacío y después salí caminando. Entre el sueño de haberme despertado tan temprano y la ensoñación del espectáculo, llegué a casa con una sensación de ser más ligera. Como si verlos bailar me hubiera hecho acordarme que lo que pesa en nuestro cuerpo son los amarres que echamos al suelo, las expectativas de nuestro futuro. Que es cuestión de olvidarse de lo que "debería de ser" para volver a caminar ligero, incluso de puntitas.

19.3.09

La voz que no clama en el desierto

El otro día alguien me preguntó que cuántas visitas tenía mi blog, que si regulaba el tráfico y esas cosas. La verdad es que no lo hago porque temo encontrarme con que no lo ve nadie y entonces mi débil imagen de mi misma se iría a los suelos. Pero sé que hay personas que sí lo leen.

Y no sólo el blog. También el esquizofrénico twitter que luego me da por actualizar en tiempo real con el teléfono.

Entre las personas que lo leen, lo siguen y luego me comentan, está mi hermano. Ayer, que comenzaba a sentirme mal con esta gripa-astenia-alergia, me pegó una especie única de nostalgia de la que uno trata de paliar viendo fotos del pasado muy pasado. Y puse en el twitter eso, que tenía ganas de ver fotos viejas.

Esta mañana, cuando me levanto a arreglar mi contabilidad y otras cosas encuentro en mi mail, escondido entre los millones de forwards, un mensaje que lleva por título: "Fotos de hace muchos años".

Resulta que mi hermano Diego, que lee mis twitters, se puso ayer a hacerme un recopilatorio por aquello de la nostalgia... y bueno, ahora extraño más al niño, qué quieren que les diga. Y sí, siempre hemos sido así de guapos. Aquí, una foto que lo confirma. Cortesía, por supuesto, del mismo Diego ;).

17.3.09

Sabiduría

A las siete de la mañana ya estaba otra vez enfrente la computadora tecleando. Esta tarde me toca presentar (vayan, por favor) en una mesa redonda de las XV Jornadas de Comunicación de la Blanquerna. Y me puse sobre mi presentación - porque decidí mejor sí escribir algo a fin de evitar el pánico escénico y el blanco sobre el escenario.

Hace rato mi querido compañero de piso me escribió para preguntarme si estaba más tranquila y yo le contesté que no sabía que ponerme. Frase lapidaria: "Jajaj... bueno mientras sea la ropa la que te preocupa quiere decir que lo otro lo tienes bien.. que es lo que importa."

¿A qué es sabio? 

15.3.09

Colores

Otro de los problemas de tener el pelo de colores - en mi caso, de azul pasando a verde con fondo negro y algunas raíces rebeldemente cobrizas - es que resulta poco atractivo salir en el día, cuando todo el mundo se da cuenta del jaleo colorimétrico. O también, que es un drama ver qué vas a ponerte, para estar segura que combina con el color (o los colores) de tu cabello.

Ah, qué bonitos son los domingos. Como no hay nada qué hacer, uno se levanta a pensar estas cosas.

14.3.09

Sábado en calma

Tengo que confesar que mi rebeldesincausa me mira desde el espejo del comedor. "Pero... ¿en qué estás pensando? ¡Si es sábado por la noche!".

El problema es que esa parte de mí me lo reclama desde hace semanas. Pasa que prefiero salir entre semana, cuando hay menos humo en los bares. Pasa que por lo general, el día que es hasta morir para mí son los viernes, para el sábado poder recuperarme. Pasa que estoy hablando con mis primos por el messenger, que se reúnen todos menos yo hoy para comer con mi abuelita. Pasa que estoy muy bien aquí, en la sala de mi casa, con mi iluminación indirecta, el silencio, la ventana abierta y los discos que acabo de comprar.

Me espera un libro y el otro día me compré Monsters Inc. En realidad, los sábados son buenos en calma.

Ahora que nadie venga a quererme convencer. Porque soy fácil, facilota.

13.3.09

Casi famosos - un aviso parroquial

Pues que el martes voy a estar en una mesa redonda que se llama "La Inmigración como Audiencia" en la Blanquerna (Valldonzella 23), la facultad de mis amores. Voy en calidad de periodista (jijiji). El programa se puede ver aquí.

Estoy bien contentota, emocionada y nerviosa. Tanto, que tengo a la pobre tesis abandonada. Entre eso, la asesora en seguros que quiere vendérmelo todo, las clases de patinaje y mis proyectos anticrisis, bien vamos...

(Pero estoy bien contentota, la verdad :))

11.3.09

Googlelfos - cortesía de Rax

Mi querida Rax, quien dice que nunca tuvo un chismógrafo, mandó la siguiente consigna. Escribir entre comillas el nombre y la palabra "necesitas" y ver qué es lo que dice Google que necesitas en la vida. El ejercicio era pasar los primeros 10 resultados, pero yo hice dos búsquedas con Cinthya y luego con Cin... Aquí va. ¿Alguien más se apunta?

1. "Cinthya necesita con urgencia una donación" - ¿quién le explicó a Google lo de mi pobreza?
2. "Cinthya necesita una solución" - ¿a qué en concreto?
3. "Cin necesita un nuevo liderazgo" - JAJAJAJA
4. "Cin necesita el apoyo de los legisladores" - changos. ¿Será para acabar la tesis?
5. "Cin necesita un nuevo amor" - uy... hagan sus apuestas...
6. "Cin necesita unos mimos" - sí, pero de cariñitos, no de los que se pintan la cara y asustan a la gente en la calle.
7. "Cin necesita que el archivo exista previamente" - sería tan lindo que existiera el archivo de la tesis, por ejemplo...
8. "Cin necesita alguna alegría después de tantas decepciones..."

Y bueno... I rest my case. Me llevo esto al blog que es muy divertido. Gracias Rax!

En línea

Hasta el momento, todo parece que en recuento de las bajas, lo único que tengo es un moretón en la pierda izquierda. En el culo, realmente. Claro, si no contamos el agobio con el que torturé a la imagen que tengo de mi misma ayer.

Era la parte de principiantes. Pero yo tengo la teoría de que hay quien dice aquello de "bueno, es que nunca me he subido en patines de ruedas, sólo de hielo", para humillar profundamente a los que, de verdad, es la primera vez que nos subimos en una cosa así.

Sí, hombre, ya sé. Si no aprendí a andar en bicicleta y en patines a los diez, ¿qué méndiga necesidad de ponerme golpes a los treinta? Pues no sé. Supongo que ahí es donde vemos claramente mi natural inclinación hacia el masoquismo. En el intentar que no me queden estas cosas pendientes. A ver... ¿qué tal si en el cielo uno tiene que andar en cosas así porque los patines del Diablo no se permiten?

(Malo mi chiste, malísimo)

En realidad, tengo razones objetivas: uno, es un montón de ejercicio, y ahora que paso todos los días 10 horas leyendo y escribiendo necesito moverme. Dos, en verano, la gente parece pasársela muy bien en el paseo marítimo yendo y viniendo. Tres... tres... tres... bueno, pues que quiero.

Lo único que me sorprende es cómo al pasar de los años me voy sintiendo más torpe. Ojo, no estoy diciendo vieja, estoy diciendo torpe. Pero supongo que en buena parte se debe a que estoy más consciente de que si me rompo la nariz (otra vez) voy a tardar en curarme y de que, cuando me caigo, me veo ridícula.

Pero eso último lo dije yo.

Vaya, quizá aprender a patinar sea no sólo un ejercicio de zen (sólo me concentro en no caerme - todo lo demás es secundario) sino también en uno de personalidad: algo así como aprender a bailar sin que nadie me estuviera viendo.

Contra los poemas de amor II

Hace poco más de un mes disertaba yo sobre la inutilidad o no de los poemas de amor - sobre la validez del amor como tema de la poesía. Resulta que descubrí que en Estados Unidos un fin de semana al año se reunen un montón de "pescadores poetas", que basan sus textos en sus experiencias en el agua. Y ahí, uno de los participantes dijo que "el trabajo es un mejor tema que el amor".

¿Será interesante una colección de poemas sobre mi tesis?

No, no creo.

Por cualquier cosa, el artículo de los pescadores - cortesía del NYT - aquí.

8.3.09

W

Escuché su voz hace un ratito. En un mensaje que me había dejado en el contestador. Y me calmó de inmediato. Porque estaba sonriendo. Sí, aún por el teléfono, uno puede saber cuando tu interlocutor sonríe.

Como una valiente me cargó en su cuerpo jovencísimo de 24 años de arriba a abajo de la Ciudad de México, con una añoranza importante de ir a Guadalajara. Me tejió chambritas, me cantó, me pensó por las noches. Luego me parió después de horas y horas de trabajo. Encontró mi nombre y decidió cómo se escribiría. Me dio besos y me enseñó muchas cosas - como por ejemplo como mirar en el detalle, como amar a través de los actos, la cocina, los silencios.

Y es la primera mujer de mi vida. La primera que, en exclusiva, me tuvo para ella durante nueve meses. Después me compartió con su madre, sus hermanas, su suegra, las mujeres de su familia política, las vecinas, las maestras, las compañeras de la escuela, y todas con las que me he encontrado a lo largo del tiempo.

Me llamó esta noche, mientras yo estaba en la ducha, para desearme un feliz día de la mujer. Porque como yo - o más bien, yo como ella - no se olvida de nada. Es una fanática de las fechas.

Cuando trabajé con los chinos aprendí que este día, el 8 de marzo, es el día de "la mujer trabajadora". Y estoy rodeada no sólo de mujeres trabajadoras, sino magníficas. Mi madre, mis abuelas, mis tías, mis primas, mis hermanas postizas. Una parte importante de mi familia en Barcelona son las amigas que he hecho y que se han convertido en una especie de potentísima red de seguridad.

Por aquello del subconsciente colectivo, ayer alquilé una película (The Women) que ví hace un rato. Tiene una característica simpática: no sale ningún actor. Utilizando la palabra actor como masculino. Sólo un bebé por ahí, pero sólo eso. Según el IMDB, la película se considera tan mala que todo su cast estuvo nominado a los Razzies - los antióscar. Pero bueno, no ganaron. Y me dio risa que yo acabara viéndola en el día internacional de la mujer.

Aprovechando el viaje: se trataba de darle las gracias a las mujeres de mi vida. A las que están ahí y me enseñan a ser lo que soy. Y felicidades, por aquello de que me gustan las fechas.

6.3.09

Lagrimeo

Yo soy de las que lloran, y mucho, en el cine. De las que han tenido que dejar de lado un libro porque tienen que levantarse a buscar un pañuelo y dejar de manchar las páginas de lagrimones. De las que, cuando se sienten mal - pero muy, muy mal - lloran por la calle o en un café, ante la estupefacción de los camareros. De las que, cada vez que tienen películas que las hacen llorar y las ponen para llorar. De las que agitan pañuelos en los aeropuertos de llegada y de salida. De las que hipan al final de su concierto favorito. De las que tienen sentimientos familiares y nacionalistas y simplemente son cursis y son fáciles de conmover y, bueno, lloran. Mucho.

Porque llorar es buenísimo. Liberador. Democrático. Universalizador.

Hoy, mientras seguía leyendo mis libros, descubrí que un personaje de la historia de México que a mí me habían pintado como un traidor en la escuela - el pobrecito de Maximiliano de Habsburgo murió diciendo (según la historiadora que estoy leyendo ahora): "Voy a morir por una causa justa, la de la independencia y libertad de México. ¡Que mi sangre selle las desgracias de mi nueva patria!". Y casi lloro. Pero lo que sí me hizo llorar fue el anuncio nuevo de Coca- Cola. Ya, ya sé que está hecho para hacerme llorar y es efectista y la mano del muerto.

Pero me acordé de mis abuelos. De lo bien que han vivido. De que es cierto que las crisis te abren posibilidades para ver las cosas desde otro punto de vista. Y bueno. Agradezco a los publicistas y a Josep Mascaró. Es bonito que un anuncio te haga sentir bien.

Pañuelos (y llenos de mocos)

Al decidir que quieres vivir a una ciudad que está a no sé cuántos miles de kilómetros de tu pueblo natal, de pronto te das cuenta de lo realmente chiquito que puede ser el mundo. Llamémosle teoría de los seis grados o alta rotación de la población mundial, pero hay cosas que de verdad, son curiosas.

Ejemplos:

- Voy a un bar que recomienda la jefa de una amiga mía. Resulta estar a media calle de un bar al que yo había ido hacia meses con otra amiga. Bar adentro comenzamos a ser simpáticas y conocer gente. De los tres individuos con los que de hecho se puede entablar una conversación, uno resulta ser de la misma ciudad que yo, tener prácticamente mi edad, haber estudiado en una escuela que estaba a dos calles de mi casa y haber vivido toda su vida atrás de casa de mi abuelita. Bueno, y además baila y es simpático.

- En junio de 2008 salgo una noche a pasearme por el Raval. De bote pronto, me encuentro que uno de los múltiples grafittis que adornan la calle Tallers es, nada y más y nada menos, Roberto Bolaño. Emocionada, tomo fotos con la cámarita del teléfono y las subo al blog y al indecente Facebook. Meses después conozco a simpático editor amigo de mi amiga. Y resulta que simpático editor es el responsable del grafitti y otros varios actos de homenaje al Bolaño. Y le mando mis fotos, por supuesto.

- Una de mis mejores amigas tiene un apellido legado por el bisabuelo nacido en una de las antiguas repúblicas soviéticas. Antigua República Soviética que mi amiga no ha visitado nunca. En un viaje de negocios reciente, conoce sujeto interesante que comienza a hacer puntos. Sujeto Interesante que nació y vive en la famosa Antigua República Soviética y que además, por qué no, resulta conocer tener a un amigo en común en el continente americano con mi amiga. Es así.

- Confieso una cierta "indiscreción" con un personaje de mi misma nacionalidad en esta catalana ciudad - sin confesar su nombre, pero dejando caer algún dato sobre su formación y trabajo. Alguien de aquel lado dice: "ah, claro. Seguro es fulano". Yo me quedo verde enfrente de la pantalla. "Bueno, para que esas dos características se reúnan en una persona que viva en esa ciudad y que además pueda llamarte la atención, la población se reduce drásticamente". Y bueno, qué decir que sigo verde.

- Mi primer jefe de la vida (ése, el que sigue llamándome "Pitufa" en los mails) ahora dirige nueva revista en la amable ciudad natal. Hace un par de meses me llama y ofrece espacio colaborador, lo que me convierte en un ser absolutamente feliz. Escribo, mando, se publica. Ayer, amigo de hace muuuuuchos años - que entre otras cosas fue el que me presentó al primer "noviecillo" de la vida - me dice que vio la revista... porque el noviecillo en cuestión se la llevó, con unas fotos que le publicaron.

Doncs, como dicen mis amigas: "no cabe duda que el mundo es un pañuelo... y además está lleno de mocos".

5.3.09

Casi novísimo

"Only stone and steel accept my love".

Ah... a él le gusta tanto el drama... y a mí con él.

Para la lista de regalos: quiero el disco nuevo. No, no me importa que suene como el disco anterior. Que esté cada día más mayor. Que se ponga loco en los conciertos y regañe a los conciertos. Que tenga a los perros guapos en su video. Que toque el pandero.

Es así. Así somos los fans

"Yes, you've made yourself very vain".

(Morrissey - Throwing My Arms Around Paris)

4.3.09

Escatología

Tengo 35 primos y dos hermanos varones más chicos que yo. He trabajado dando talleres a niños de entre cuatro y diez años en varios momentos de mi vida. Y sé que en un determinado momento, nada da más risa ni es más feliz que hacer a los padres ponerse verdes diciendo cuántas veces como sea posible todos los sinónimos y las palabras que existan relacionadas con los conceptos de mierda, orina y vómito.

Es así. Cuando uno tiene cierta edad es así.

Pero yo quiero que alguien me explique porqué en la programación vespertirna se repiten una y otra vez dos anuncios: uno para una descarga de un tono de móvil que se llama, literalmente, "pedo", y otro de una compañía de móvil que muestra a un ejecutivo vomitando porque "no puede digerir su factura del teléfono".

¿Será que el negocio de los teléfonos no da para pagar mejores creativos? ¿O que yo ya de plano me puse viejita?

Ojo por ojo

Es una chica iraní. Uno de sus compañeros de la escuela, un pretendiente, se quería casar con ella. Como ella le dijo que no, él decidió quemarle la cara y los ojos con ácido. Con la vida medio destrozada, huyó de su país y se estableció en España, donde recibe una pensión del gobierno español y pasó por varias operaciones que trataron de salvarle la vida.

Hoy hay una noticia en el diario en la que se cuenta cómo ella quiere aplicar la Ley del Talión, lo que está permitido por la ley iraní. Está esperando una carta para ir, a pesar de las constantes peticiones de clemencia de su expretendiente, quien dice que prefiere morir para quedar ciego.

Pero atención: la chica tiene que pagar 20 mil euros para poder quemarle los dos ojos al otro, porque resulta que los ojos de la mujer sólo valen la mitad de los del hombre. Ella vive con 400€, con una pensión. 20 mil euros son 50 meses de pensión. Ella quiere que se quede ciego de los dos ojos y va a ir a su país, al que supuestamente le tiene miedo, a estar presente cuando se cumpla la condena.

Al final de la nota de La Vanguardia, estaba la cuenta de banco de la chica en donde acepta donaciones.

No sé si es que soy demasiado clásica en aquello del perdón y la lógica económica pero... ¿a alguien más le parece que aquí hay muchos huecos? Todos. Parece examen de ética de esos sin respuesta correcta. Como la vida.

Antídotos

Yo sé que es irracional, pero les tengo miedo a los chicos que trabajan para la Cruz Roja o para Greenpeace o quien sea que se ponen siempre a lo largo de Paseo de Gracia. Son muy jóvenes, con muchas ganas y tienen un montón de argumentos buenos para que les firmes el papelito que tienen y, mágicamente, cures tus males de conciencia donando dinero a una buena causa cada mes. Pero yo, poco cívica que soy, no me gusta esto de curar la conciencia por domiciliación bancaria. Entonces sufro mucho cuando se me acercan y me empiezan a explicar cosas en las que tienen razón.

Usualmente, cuando los veo a lo lejos, agarro mi móvil y pretendo que voy hablando por teléfono. O simplemente apuro el paso. O me cambio de acera. O los esquivo con cara de "uf, es que tengo taaanta prisa". La semana pasada, como iba muy distraída, ni me enteré que un chico rubito venía hacia mí con una sonrisa Colgate enorme, dispuesto a convencerme de cualquier cosa. Me tomó verdaderamente desprevenida. Y su opening question fue: "Hola, cómo estás, oye... ¿trabajas?".

Me asustó tanto que no tuve tiempo de pensar y contesté en automático: "No, no... estoy en el paro". Fue como si le hubiera contado una historia mucho más triste que la que él me iba a contar a mí, sobre los niños o las ballenas que podía salvar. Se quedó de piedra. Se le borró la sonrisota. Me miró a los ojos y me dijo: "uy... lo siento de verdad... ojalá que tengas suerte... adeu".

Seguí caminando. Como una calle más adelante, me dí cuenta que había salido airosa de un enfrentamiento con uno de los bichos urbanos a los que más temo... por lástima. Le dí tanta lástima que me dejó ir. No supe si reirme o llorar. Pero me dejó una cierta sensación de todopoderosa, de poder manejar incluso aquello que creía que no podía.

Y volví a casa. A trabajar en esa tesis que sí, hoy también me está esperando. A pensar en qué voy a hacer cuando se me acaben los ahorros o las becas (soy fatalista, tremendista y me eduqué en una escuela de negocios: la planeación estratégica es como un virus que corre por mis venas). Ayer, en un momento de traición a mi misma que no había explicado a nadie, decidí revisar mi currículum, hacer una carta de presentación y enviarlo a un puesto de trabajo que encontré en Internet. Algo me decía que era para mí, que podría negociar con ellos y sacar lo mejor posible del trance. Todavía todopoderosa. Menos de 24 horas después, tengo una respuesta. Que muchas gracias, que qué mona, pero que ya vieron mi curriculum y no les hace ilusión. Que seguirán el proceso con los otros candidatos.

Los todopoderosos a veces necesitamos antídotos para el mal de ego. E igual sería una buena idea que empezar a aprender a hacer cafés con vistas post-tesina.

1.3.09

Joven madrastra en entrenamiento

Lo que hay que hacer

Escuchar. Dejar espacio. Comprar galletas, cereal, zumo de frutas y palomitas de microondas. Prestarle tus adornos y afeites para el cabello. Alquilar sus películas favoritas. Alabar sus tenis, pero no comprarte unos del mismo color. Subirte a los juegos que le gustan, aunque te de un poquito de miedo. Defender su libertad de leer hasta tarde, pero no enfrente de ella. Enseñarla a hacer hotcakes con forma de mickey mouse.

Lo que no hay que hacer


Asumir que sabes qué le gusta comer por la edad que tiene. Defenderla en posiciones indefendibles. Ponerle demasiada atención. Abrazarla si ella no te abraza primero. Competir con ella en los juegos de la consola. Monopolizar a su padre.

Lo que hay que recordar

Que te comparte de sus dulces. Que intenta entenderte, a pesar de la barrera del idioma. Que te apreta fuerte de la mano en la casa del terror. Que se ríe a carcajadas contigo. Que pide tu opinión en un probador de una tienda de ropa. Que sabe cuáles son tus flores favoritas. Que te comparte algo que recuerda de cuando tenía tres años: que su padre en lugar de besarla le soplaba en el cuello para hacerla reir. Y que lo anima a que te muestre de bulto. Que te abraza cuando se despide. Y toma de la mano a su padre cuando te das media vuelta y sales del aeropuerto.

Married but lonely

Todos los días me llegan decenas de correo basura. A veces, cuando me aburro, leo unos cuantos. Sólo para enterarme de que va el phising en este momento de la historia. Otras tantas, sólo me quedo con los dominios, los servicios y los nombres de quienes se anuncian.

Para nadie es una sorpresa el que una parte muy grande de los anuncios que aparecen estén relacionados con sexo. Conseguir una pareja, una mejor erección o más dotes físicas. Algunas cosas son más descaradas que otras. Y supongo que parecerán más o menos crudas depende de la situación de quien lo lee.

Limpiando mi buzón esta tarde, me encontré que uno de los correos se mandaba desde una dirección que se llama "married but lonely". Me quedé pensando no en la maneras que tiene la gente de conseguir una nueva pareja cuando todo se está yendo al carajo, sino en cómo mucha gente simplemente deja pasar partes de su vida porque no conviene romper la imagen social que crees que otros tienen de tí mismo.

Sigo casado contigo porque no hay nada más que podamos hacer. Porque no podemos romper la ilusión colectiva de que somos felices. Porque nos casamos por la Iglesia y la anulación cuesta una pasta - o tus papás nunca lo aceptarán. Porque lo lógico es que del matrimonio maravilloso sigan los niños y la vida feliz. Porque tenemos muchos más puntos en común para comprar boletos de avión y volar en business y luego quejarnos de lo mala que es la champaña que sirven en las aerolíneas en decadencia.

Por lo general, el correo basura me hace enojar o incluso reír. Hoy, por razones más que específicas que tienen que ver con horas y horas frente al televisor o a una hoja en blanco, casi me hizo llorar.