27.9.10

Los lunes al sol

Estoy sentada en el segundo piso de la biblioteca. Una cosa es que no sepa si o cuándo me van a pagar por mi trabajo y otra muy distinta es que no trabaje. O lo intente, por lo menos. Se me acumulan los proyectos y los pendientes. Alguno de ellos, algún día, dará de dinero. No sé si lo sé a ciencia cierta o me lo repito como un mantra para convencerme.

Lo confieso: estoy un poco desencanchada en el nueveacinco. Dejé las redacciones por las oficinas por las aulas por las bibliotecas y ahora ya no sé. Después de un año y medio trabajando desde el escritorio de casa, anhelaba un espacio al que llamar mío, que me alentara a trabajar sin estarme molestando sobre la perenne capa de polvo que se acumula sobre mis libros.

Parece que la única palabra que suena a mi alrededor de manera constante es crisis. De los 30, del euro, de la narcopolítica, de los sistemas democráticos actuales. Confieso que últimamente me sale también más de la boca. Es fácil, una especie de comida congelada: me permite definir rápidamente un estado de indefinición, de pérdida.

El viernes, un grupo de okupas tomaron la sede de lo que era el antiguo Banco Español de Crédito en Plaça Catalunya. Dicen que quieren que sea el centro de operación para la huelga del próximo miércoles, que se espera que pare toda España. Una huelga general. ¿Por qué? Bueno, por malestar, supongo. Esta mañana estuve leyendo en uno de los periódicos gratuitos la explicación oficial, aquella de que la huelga es en contra de la nueva ley de empleo que permite despidos más baratos.

Tengo un amigo querido en Estados Unidos que teme ser despedido porque su despido en realidad no le costaría nada a la empresa. Tengo muchos amigos queridos en España que están viviendo del paro: algunos porque así lo quieren, otros porque no encuentran trabajo, otros porque aún no se han puesto a buscar. Tengo a otros tantos queridos en México preguntándose si deberían irse a algún sitio, o quedarse ahí, o no mirar. Tengo dos amigas con bebés recién nacido y otro por nacer en dos semanas. La vida sigue, siempre.

Me pregunto si podría ir a Plaça Catalunya a ver los interiores del edificio. Si el miércoles alguien contará que yo seguiré escribiendo de casa, a ver si logro terminar algo que valga la pena o valga algo en el mercado. Me pregunto si todos los lunes del otoño seguirán teniendo este rayo de sol intenso que no me deja ver la pantalla.

Ayer por la noche se terminó la Mercè, la fiesta de mayor de Barcelona, con un montón de fuegos artificiales. Después de un rato, las calles estaban vacías y húmedas, con olor a resaca. Mi fin de semana terminó esta mañana con tres alarmas de reloj despertador y un café con sal, en lugar de azúcar. Regreso. Siempre regreso. Creo que esta vez a ninguna parte.

Resaca. Tan buena palabra como Crisis para describir cualquier otra cosa.

16.9.10

De los héroes que me dieron Patria

Ayer, mientras caminábamos hacia Plaça Sant Jaume, Carlos y yo hablábamos de la enorme cantidad de realismo mágico que hay en los libros de texto mexicanos. Mientras estás en la primaria, aprendes a recitar un novenario de héroes patrios que al final o no existían, o no eran tan buenos, o no tenían las intenciones que te dijeron que tenían. De eso te vas dando cuenta por ahí de la preparatoria, si es que te tocó un profesor crítico y te ha dado por leer.

Me quedé pensando en las otras cosas mágicas en las que uno cree de niño, que no necesariamente son patrias - en los Reyes Magos, el Ratón de los Dientes, el Niño Dios. Y me acuerdo la explicación de mi padre cuando descubrí que los regalos navideños no llegaban por obra y gracia de cualquier intercesión divina: "en realidad, sí los trae el Niño Dios... tú piensa que gracias a él yo tengo un trabajo y por eso los podemos comprar..."

Mi padre es Ratón de los Dientes, Niño Dios y Rey Mago. Y también, por esa misma lógica, es uno de esos Héroes Que Me Dieron Patria. Más allá de las imágenes en las postales o las heroicas (e imposibles) narraciones en los libros de texto de ciertos personajes que podrían salir de una publicación de ciencia ficción, hay otros muchos héroes que me dieron Patria. Y que me dan Patria.

Mis amigos que son padres de familia y trabajan todos los días para mantener a su familia bien. Mi abuela que cada viernes invita a cenar a sus hijos y todavía los regaña como si fueran pequeños. Mi maestra de quinto año (Laura) que me devolvió la fé en los docentes después de tomar aquel cuarto año con una monja horrible. Mi profesora de Historia de México en la preparatoria, que me reprobó por primera vez en la vida por no saber argumentar correctamente mis respuestas. El responsable de becas que me dió una para seguir con mi universidad. Mis padres y sus esfuerzos. Mis hermanos y sus aventuras. Los que se han convertido en mi Patria...

Esos son mis héroes. Y mi Patria, tiene muchos más colores que verde, blanco y rojo con un escudo en medio. Me siento orgullosa de ser mexicana, con todo y lo que pase allá. Tengo que celebrar que hay gente que va a trabajar, que sigue produciendo cosas que se venden ahí y en el resto del mundo. La conciencia que tenemos de que todos - aún con el racismo y el clasismo que a veces hacen de las suyas - somos mexicanos.

Y así como me sigo emocionando con los regalos de navidad, me emociono también con la bandera y con el himno y con el mes de septiembre. Porque celebramos que estamos juntos, que estamos vivos. Y que tengo todos esos héroes que me han dado una Patria más grande que la que jamás imaginaron Hidalgo, Domínguez o Morelos.

15.9.10

Conversa

El fútbol fue una de esas tantas cosas que no aprendí en casa. Mi papá había sido seguidor de los Leones Negros de la Universidad de Guadalajara (antes extintos, ahora resucitados) y jugó algunos años de amateur - hasta que se lastimó una rodilla. Más me acuerdo de las idas a los partidos (y yo corriendo por ahí, o pidiendo probar la Tecate con limón) que de los juegos en sí.

Cuando había campeonato o algo importante, en casa todos pasábamos - bueno, no, mi hermano el de en medio no. Pero él jugó fútbol en la escuela. Lo que yo más recuerdo del clásico Guadalajara-Atlas o Guadalajara-América son los gritos que cruzaban el cielo desde casa de todos mis vecinos en esos domingos que parecían sepulcrales.

Sólo mirábamos más o menos los mundiales, haciendo interminables quinielas sobre quién iba a ganar. Aún recuerdo mi necesidad imperiosa de que ganara Camerún en Italia 90.

Pero nunca fuimos a un partido en el estadio... a pesar de que el Jalisco y el 3 de marzo más o menos prometían. Yo fuí por primera vez a un partido aquí, en el Nou Camp, pero era una especie de juego de estrellas en favor de las víctimas del tsunami - me acuerdo de que no traía calcetines y me congelé. Fue emocionante, sí, pero era como ver una cáscara.

Nada como ayer. Yo era una de las casi 70.000 personas en el estadio. Algunos vestidos de verde, como el equipo griego, pero la gran mayoría blaugranas. Yo tengo la precaución de no llevar los colores del equipo, porque tengo la sensación de que soy talismán de mala suerte cuando lo hago. Y además, iba con un aficionado. Cosa que lo cambia todo.

Tenía un poco de pereza, cansada del día, pero me fuí animando al verlo a él tan animado. El camino fue en si mismo una aventura. Llegamos siguiendo a las columnas de gente que salían de la estación de metro. En las puertas del estadio, fuimos testigos de cómo a una chica le robaron su boleto. Nos quedamos temblando: llegamos a taquillas por los nuestros, reservados, y nos los llevamos escondidos, casi asustados. Una vez cruzadas las primeras puertas, todo era diferente. Había una sensación de tranquilidad. Nos sumergimos en la experiencia y fuimos hasta a comprar la camiseta, la butifarra en pan, la cerveza sin alcohol.

Él se sorprendió al principio de que vendieran cerveza sin alcohol sólo y de que se pudiera fumar. Yo me sorprendí de todo. De la cantidad de gente, de cómo el estadio es a la vez íntimo e inmenso, de los gritos, las canciones, de cómo se te sale el corazón al ver un gol.

Me acordé de que la ópera tampoco me gusta grabada, ni en la televisión, pero amo profundamente poder colgarme de un quinto piso para ver la función en vivo. O cómo he disfrutado muchísimo de la música de grupos a los que no conocía o a los que no llevo en mi iPod.

No cabe duda, son las buenas ganas de gente. La energía de estar ahí.

Y así, de pronto, conversa al fútbol.