21.6.14

La FIFA, los mexicanos y los niños contestones (y bullies)

Aunque mi mamá hizo hasta lo imposible porque se me quitara, yo era (y sigo siendo) una de esas "niñas contestonas". Sobre todo cuando me regañan cuando hice algo mal. Se me ocurren mil y un motivos para validar mi actuación y decir que no, no es verdad, que lo había hecho bien. Mis profesores saben - ah, el karma que estoy pagando hasta hoy - que era capaz de quedarme después de una clase y discutir sobre papel y en vivo hasta que me dieran la razón. Hasta en clase de matemáticas (que poco hay que discutir).

Confieso también que con el tiempo, los tropezones y quizá horas de terapia, lo que he aprendido es a tratar de elegir mis batallas. Sólo pelear aquellas, contestar, en donde sé que puedo tener una respuesta a mi favor o cuando estoy VERDADERAMENTE CONVENCIDA de tener razón.

Estos días he descubierto que quizá mi cabezonería es de nacimiento. Pareciera que los mexicanos fuéramos incapaces de recibir una amonestación, bajar la cabeza y decir "lo siento". En los últimos días, ha habido una enorme erupción en las redes sociales de indignación porque la FIFA abrió un expediente disciplinario contra los espectadores mexicanos que tienen el hábito de gritar "PUTO" a los contrincantes.

Y la indignación y los memes contra la FIFA me recuerdan ese momento del niño contestón que hizo algo, fue reprendido, e igualmente responde. Porque no le da la gana que le llamen la atención. Porque nadie tiene derecho a decirle que ha hecho algo mal. Porque en el fondo siempre ha sido un bully y eso no se lo quita nadie.

Conforme veo frases en defensa de los fans mexicanos y escucho a gente que conozco defender el "uso y costumbre" de gritar así en los estadios, me voy quedando cada vez más helada. Me recuerda la defensa de "fue sin querer queriendo" del Chavo del Ocho que, por cierto, siempre quería. La pataleta del que sabe que se equivocó y no puede aceptarlo. La insistencia de inocencia del que es encontrado robando galletas a plena luz del día.

Los mexicanos podemos estar - gracias a la televisión, Molotov, la cultura homófoba o lo que sea - más o menos acostumbrados al grito de "PUTO". Lo que no podemos argumentar es que esté bien, que sea aceptable y deseado y que nadie nos puede quitar el derecho de gritarlo a coro. No lo vamos a cambiar de golpe, es cierto. Es, efectivamente, un uso y costumbre: como es uso y costumbre maltratar a las mujeres, a los perros, el derecho de pernada, la apuesta de los seres queridos y otras más "delicias culturales".

En el fondo, creo que lo único que me gustaría es que no estuviésemos convertidos en un país de niños contestones y bullies irreversibles. Nadie ha sacado al Tricolor de la Copa. Tampoco los van a sacar por eso. Pero sí nos acaban de dar un jalón de orejas enfrente de la afición internacional. Y es vergonzoso.

Y a todos los que dicen que (insistimos) es una cuestión de uso y costumbre que no debería de tomarse tan mal, sólo tengo una pregunta: ¿y si el grito fuera contra tu padre, tu hermano, tu hijo... contra ti?. Desafortunadamente me imagino una respuesta: "¿A mí? A ver ponte a los trancazos, cabrón... vamos a ver quién es más...". Y volvemos al principio.

19.6.14

Ese animal moribundo

"Intenta imaginar la tesis. ¿Puedes ponerle un cara? ¿Puedes verla? ¿Qué es? ¿Cómo se ve?".

Mi primera impresión es que la tesis se ve como una especie de bloque de papel malencarado sentado en una silla, con brazos y piernas de palo. Mira con mala cara... con ojos de "me estoy riendo de ti". Pero no es eso: eso es sólo el disfraz de halloween de la tesis que es otra cosa muy distinta.

Todo parece indicar que, en mi subconsciente, hay un zoológico. Cada vez que hago ejercicios de visualización, me encuentro hablando con gatos, gorilas, pájaros de colores... y ahora un perro. Un perro que gruñe mucho.

"¿Por qué gruñe?"

Está asustado. Sabe que algo le va a pasar cuando se enfrente a un tribunal, a la gente, a las cosas. Y se esconde. Y gruñe. Y me hace pasarlo mal porque no puedo ayudarlo... porque me siento un poco atada de pies y manos. Temo que me muerda o que muerda a alguien más y lo dejo ahí, gruñendo, triste y adolorido.

De pronto me queda claro que es un animal moribundo - no nos queda demasiado tiempo, no iremos a ningún sitio juntos más allá de aquellos en donde ya hemos estado. Alguna vez estuvimos en un trance de dolor y se acuerda... y me lo reclama. Aún le quedan energías para gruñir, para darme batalla, para perseguirme en las noches que trato de dormir con él a mi lado. Y en lugar de enfrentarlo y llevarlo al médico, ponerle una inyección, cualquier cosa... lo dejo gruñir.

"¿Y qué puedes hacer por él? ¿Puedes dejarlo ahí? ¿Quieres dejarlo?".

La cosa es que quizá, en el supuesto, podría abandonarlo. Podría llamar a la perrera y pedir que pasen por él, que alguien más se haga cargo. Encerrarlo en el patio y dejarlo medio morir. No alimentarlo más. No hacerle caso. Pero no sería yo - continuaría escuchando, aún del otro lado del mundo, su gruñir incesante.

Toca llevarlo al médico, ponerme los guantes y sacarlo a la calle, darle algo para el dolor. Necesito hacerle entender que no quiero que le duela más - que me interesa más que a nadie que esté tranquilo.

Pero cómo. Cómo le dices eso a un perro que se alimenta de estadísticas, datos e interminables textos. Cómo le haces entender que lo quieres, por sobre toda las cosas, es que esté tranquilo. Para quedarte tranquila tú, de una buena vez.

16.6.14

A mi padre

Hoy yo también, todo el día, estuve acordándome de mi padre: mientras veía los cables de teléfono que sobresalen por todas las casas de Sofia, recorría museos imposibles o me petrificaba delante de los imponentes edificios en decadencia. Y me acordé de él cuando casi me perdí - otra vez, en una ciudad en la que esta vez ni siquiera sé leer el alfabeto. Me acordé porque supe que iba a llegar a mi destino: "tienes una brújula integrada", siempre dice de mi. "Aunque no sepas leer los mapas".

Recordé con claridad una vez que me llevó con él a lavar el coche. Cuando me dejó ir con el grupo de los niños al rancho y aprender a ordeñar. Las veces que me pidió que leyera en voz alta en la cocina, mientras sostenía un lápiz entre los dientes. Y una vez en Florida, cuando me dio unas monedas y me dejó llamar con mi inglés titubeante a pedir una pizza. Cuando salíamos a carretera y me dejaba mirar el mapa y darle vueltas y vueltas y vueltas... y me hacía responsable de dar las indicaciones. O de bajarme del coche a mitad de la noche a preguntar si había habitaciones en tal o cual hotel en pleno sureste mexicano. O cuando estuvo conmigo hora tras hora afuera de la casa enseñándome a estacionar el coche.

Recordé alguna vez que me mandó citar en su oficina, para decirle a la adolescente que era un par de verdades. Su cara de confusión cuando se dio cuenta que me había matriculado en una licenciatura en comunicaciones, no en una ingeniería. Su orgullo al verme con mi título en las manos. Su manera de conducir, sereno y orgulloso y guapo en su traje de lino, llevándome vestida de novia por las calles de Puerto Vallarta. Su abrazo sereno y comprensivo cuando le dije que se me acababa el matrimonio. Su emoción contenida en los aeropuertos cuando llego, cuando me voy. La absoluta certeza, la absoluta confianza con la que me dijo: "sí, es el momento, hazlo", cuando le conté de una aventura por comenzar.

Y me sentí muy, muy, muy, muy afortunada. Como me siento siempre. Pero a veces, como nos suele pasar, se nos olvida decirlo. Y hoy (ayer, mañana) toca.

Gracias, ingeniero. Lo quiero como ir a la luna, dar mil vueltas y regresar.

14.6.14

Un poco de drama

Una de las razones por las que no soy muy afecta a ver el fútbol, honestamente, son los gritos de los comentaristas. Siempre parece que tienen toda la razón, y a veces cambian completamente el sentido del partido. Si uno es como yo, no un experto, es difícil seguir el juego sin sentirse medio estafado por algunos gritos. Ahora, en Bulgaria, donde no entiendo nada - ni los letreros en las calles, que están en cirílico - estoy en mi salsa. Puedo ver el fútbol sin demasiadas exquisiteces técnicas pero tampoco con excesos líricos.

Aunque, reconozco, hay un momento donde es divertido escuchar a los comentaristas: ayer, por ejemplo, fue portentoso escuchar a los comentaristas de la televisión española de ser "los mejores del mundo", a "esto es horrible", pasando por "es que hace mucho calor", para terminar en "es un desastre de proporciones épicas".

Supongo que casi a todo le viene bien un poco de drama.

12.6.14

El #crazylocotour

Hoy abrí un blog más. Estoy de preparaciones, de cuenta regresiva. En un mes exactamente, me voy a hacer una vuelta para encontrar... algo.

El #crazylocotour tiene varios objetivos:
* Volver a escribir crónica con base periodística, con el objetivo documentar cómo viven algunos migrantes mexicanos que ya tienen un tiempo en EEUU y Canadá y que, sin haber pasado por el traumático cruce sin papeles, también han pasado sus propias batallitas.
* Conocer una parte de la geografía del continente en el que nací que ahora casi me parece extraño.
* Volver a escribir (no está repetido, es así de importante).
* Contar las historias de gente cuya historia a modificado y modificará la mía.
* Conocer la geografía de mis viajes y mis migraciones.
(Más las que se acumulen)

A los lectores de este blog les invito, amablemente, a que me sigan por allá también. El #crazylocotour tiene su propio blog, y también tendrá sus momentos a través de mi Tumblr y el Twitter. Regreso, a un tiempo, a reportear desde el campo y a contar a través de los medios sociales.

Todo muy ambicioso.

En los próximos días iré contando del proyecto y también de las cosas curiosas que pasan preparando un viaje así. Muchas de estas cosas irán en el otro blog... pero en el ínter, van pasando tantas cosas curiosas en la vida normal, que vienen para acá.

Fin del comunicado.

4.6.14

Círculos perfectos

El lunes a mediodía, en la copistería, un señor de pelo bastante cano estaba intentando sacar unas fotocopias de un dibujo en donde podían verse unos círculos muy bien trazados. La señora que lo atendía, simpática y ligeramente coqueta (en su voz que se volvía más aguda, en su manera de ponerse el rizo detrás de la oreja) le preguntó con qué había hecho esos círculos tan bonitos: "Pues mira, con un compás... es la única manera".

La señora se rió y le dijo que hacía mucho que ni siquiera había visto uno. Ni yo. Pero me acuerdo que tenía un estuche muy bonito con dos compases que habían sido de mi papá en la universidad y que yo llevaba al colegio. Me acuerdo de la magia de trazar una línea que, con el giro de una muñeca, se une a esa misma línea y cierra algo. Alguna cosa.

El lunes mismo, muy temprano en la mañana, estaba buscando en una montaña de papeles los comprobantes de pago de electricidad del que hasta entonces fue mi departamento. Los encontré y, junto a ellos, estaba otro papel que firmé el día que había dejado mi casa anterior: un maravilloso ático donde aprendí a ser sola y a ser yo y donde decidí con alguien más comenzar una nueva vida - no necesariamente muy lejos de ahí, pero sí en otro sitio. Recuerdo que, cuando dejé el ático, no podía dejar de llorar. Fue una casa que quise mucho y donde pasé algunos de los momentos más felices y también más tristes de mi vida. Pero se acababa una etapa - había que salir de ahí para cambiar.

Entregué aquella casa exactamente el 2 de junio de 2012. Y el 2 de junio de 2014 estaba, de nuevo, con papeles en la mano - extenuada de mudanza, de remover cajas, cosas, recuerdos, planes hechos y deshechos, fotografías, objetos perdidos - cambiando de vida. Me reí más cuando hablamos de los compases - vi cómo yo tengo aún integrado ese giro de muñeca que, sin demasiado cansancio, cierra los círculos que me ha dado por abrir, preveé dónde terminarán.

En mi primer día completo en mi nueva casa hice planes para salir y regresar a ella. Mientras los hacía, recibí un mensaje de quien se ha ido y se ha vuelto a ir - un mensaje para (en ese orden) saludarme, pedirme un favor y luego, inmediatamente, redonda y circularmente, desaparecer. Como sé que siempre pasará, me dice mi compás. Todo, pues, son círculos perfectos.